Merecido homenaje del rugby argentino a Bernardo Miguens podría ser, entre tantos que se le hicieron, transformar en bandera aquella frase que solía expresar el fullback de CUBA y del seleccionado nacional: «¿Qué cosa más importante tenés que hacer los sábados a la mañana que acompañar a tu hijo a jugar al rugby?». En esas veintidós palabras encerradas entre signos de interrogación están implícitas todas las respuestas que tiene y que necesita el rugby. Porque se trata, ni más ni menos, de la génesis de todo lo que viene después. Y en estos tiempos de algunas confusiones, de nuevos caminos, de otros crecimientos, de discursos confusos, de intereses diversos, de ciertas incertidumbres y, por qué no también, de tanta estigmatización al rugbier, quizá venga como anillo al dedo recordar qué es lo más importante.
Pero más allá de esta reflexión, el repentino viaje de Bernie Miguens no sólo revalorizó lo que significaba como persona y como hombre de rugby -aunque una virtud va de la mano de la otra; o debería-, sino también sirvió para memorizar a aquellos Pumas que jugaban en la cancha de Ferro, en Caballito. Los Pumas de los 70 y de los 80. Varios de los cientos y cientos de mensajes en redes sociales y foros apelaban a ese recuerdo, expresado en los héroes de Ferro. Diego Albanese y Agustín Pichot, Pumas de los 90 y del nuevo milenio, despidieron a Bernie acordándose de que cuando eran chicos lo admiraban yendo a ver a los Pumas a Ferro. Una época maravillosa del rugby argentino, plena de romanticismo y con numerosas camadas de glorias, las que sucedieron a los Pumas del 65. Se pueden armar dos o tres equipos con las leyendas de esos tiempos.
No se trata de comparar cuál época fue mejor -discusión linda, divertida, pero sin datos objetivos como para hacer una evaluación, porque el tiempo, implacable, establece límites- ni traer este recuerdo para marcar algo. Sí para, de algún modo, volver a homenajear a esos jugadores que con la celeste y blanca eran capaces de cualquier cosa frente a esos gigantes que venían de Europa o de Oceanía, y a los que apenas se los conocía por los recortes de las revistas o por videos que llegaban aquí como si fuesen -lo eran- joyas.
Esos Pumas de los 70 y 80, que en Ferro vencieron a Francia, Fiji, Gazelles, Rumania, Irlanda y Australia, y que estuvieron literalmente a menos de un metro de ganarle a los All Blacks, fueron cruzados en sus dos décadas por el talento incomparable de Hugo Porta, pero acompañado de verdaderos gladiadores, que, a pesar de las diferencias, no se le achicaban a nadie y que hacían vibrar los tablones en cada tackle o corajeada, o con aquel «hop, hop» con el que tiraban para atrás a sus rivales en el scrum. No eran tiempos de lujos y muchos tries, es cierto, pero eran tardes épicas.
A aquellos Pumas amateurs se los podía ver al sábado siguiente jugando en sus clubes. Un recuerdo, apenas: siete días después de haber vencido -con la camiseta de Argentina XV- a los Springboks en Bloemfontein, CUBA y Banco Nación se enfrentaron en Villa de Mayo, y ahí estaban tres de esos héroes: Porta, en Banco, y Ernesto Ure y Eduardo «Tato» Sanguinetti, en CUBA.
La cadena nunca se cortó. La mayoría de los de 2007 crecieron viendo a los Pumas de los 80 y casi todos los de 2011 se miraron en el espejo de los del Bronce. Así debe ser, porque, como decía Bernie Miguens, todo comienza en los sábados por la mañana, donde el rugby no tiene otra cosa más importante que hacer.